A modo de prólogo

La construcción de mega-represas parece una fiebre mundial que acompaña al neoliberalismo enfermo, el cual es impulsado por una minoría social que se empeña en sostener su dominio global a partir de nuevas fuentes de acumulación que suponen la apropiación de los bienes comunes. De hecho, cada mega-represa significa adentrarse en un territorio, transformar el  paisaje, alterar los ciclos naturales, tomar control sobre las aguas, ordenar las posibilidades de producción futura y todo ello reiterando la vieja visión de que se trata de tierras baldías, como si quienes las habitan no existieran; negando otras formas de relacionarse con la naturaleza que están fuera del marco del beneficio económico inmediato. El proceso viene acompañado del mito del progreso, ensordecedora idea que se presenta como incuestionable, aunque las críticas se apoyen en miles de evidencias y pruebas empíricas. A los mitos se les dota de grandes templos, entre los que las hidroeléctricas vendrían siendo los escenarios donde se adora al dios mercado.
El primer paso de análisis, entonces, es no ver un proyecto hidroeléctrico como un hecho aislado o meramente técnico. Las decisiones que se relacionan con su construcción hablan de un modelo de país hacia el cual se direccionan las políticas públicas. El ordenamiento territorial, el uso proyectado de la energía, la valoración de las áreas inundadas, las proyecciones sobre la naturaleza, la soberanía alimentaria y la autodeterminación cultural; tienen que ver, más que nada, con fríos análisis técnicos y apolíticos. Por ello, la Comisión Mundial de Represas señaló, en su informe del año 2000, que los costos de estas obras son multilaterales y demasiado altos y que, en consecuencia, se requiere la aceptación demostrada de las poblaciones involucradas, reconociendo que “las decisiones clave no son acerca de las represas como tales, sino acerca de opciones para el desarrollo, el agua y la energía”.

Las consultas, sin embargo, acostumbran ser un acto sin sentido ni consecuencias. “La hidroeléctrica va porque va”, dicen en distintos tonos las autoridades, negando las posibilidades de dar una nueva perspectiva de análisis: revisar los beneficios e impactos potenciales para poder tomar una decisión valedera. No se trata de un mero cálculo monetario de costo–beneficio, ni siquiera de internalizar las externalidades, pues es un hecho que existen en juego ecosistemas, valores y culturas únicas que no tienen precio. Si la consulta previa fuese cumplida con la totalidad de las características teóricas y legales que esta conlleva, el debate sería más franco y tendría otros resultados. Es así, entonces, como se origina una negociación entre desiguales. Entre poderosos empresarios y políticos aliados frente a los “nadie”, que son negados en su existencia y cultura cuando se piensa en su territorio como un espacio que puede trastocarse frenando a los ríos; entre los que impulsan estos megaproyectos, con la perspectiva geopolítica globalizadora de la agroexportación y de la IIRSA, frente a los que sueñan mantener la vida de su espacio vital con el cual está ligada su comunidad y su futuro.

Precisamente, de las estrategias de una negociación de esta naturaleza nos habla este trabajo investigativo. Parte de rescatar aspectos fundamentales para comprender a las partes involucradas en un proceso de desposesión con “un ejercicio de poder del ser humano sobre otros seres humanos utilizando a la naturaleza como instrumento”, para continuar la ruta de la acumulación de riqueza parcialmente disminuida por la crisis del sistema.

Con ello se puede identificar los actores y aclarar quienes son los que deben identificarse como afectados, reconociéndolos en sus distintas dimensiones. La referencia a la cultura es fundamental en este aspecto, más cuando la “anfibiedad”, que caracteriza a los habitantes de las áreas a inundarse, es la expresión de relaciones vitales y simbióticas, de este caso en particular, entre la población y el río Sogamoso. Sin río la cultura muere y la muerte de una cultura es la pérdida de todo lo que implica una forma única de relacionarse entre las personas y la naturaleza, un aprendizaje de centenares de años de quienes vivían libres como las aguas que hoy serán represadas en medio del hormigón y la modernidad.

Negociación, lucha y movilización, son escenarios donde una legítima resistencia puede expresarse. Pero ¿hay oídos receptivos? Y si unos son afectados ¿quiénes serán los beneficiarios? ¿Hay lugar para la justicia hídrica y la justicia ambiental al momento de construir una hidroeléctrica? Una democracia, como la de nuestros países, en la que para que haya ganadores deben haber muchos más perdedores, en la que la ética del desarrollo no se refleja en las decisiones gubernamentales, y en la que los derechos humanos ocupan un segundo lugar
mientras los derechos de la naturaleza no pasan de discursos rimbombantes; se pone en entredicho en procesos como los de construcción de hidroheléctricas. Allí, el poder se pone en acción y se descarna, mientras quedan ocultas realidades como las estudiadas en este texto, develarlas es parte de la trascendencia de esta investigación que, por este motivo, va más allá de las fronteras colombianas y abarca a toda la América Latina. Así, las autoras logran proporcionarnos una mirada integradora que se convierte también en un aporte metodológico de utilidad para todos nosotros.

Edgar Isch L.
Ex Ministro de Ambiente del Ecuador
Integrante de la Alianza de Justicia Hídrica
Quito, junio 2012

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