Los pueblos originarios nos recuerdan la necesidad de sostener nuestros fuegos, una brasa, puede durar mucho tiempo calentando nuestros hogares, si sabemos cuidarla, si la arropamos con ceniza durante las noches y en las mañanas la avivamos. Para arropar la brasa es necesario pensarnos y replantearnos las formas de crianzas que propiciamos.

La niñez y la juventud en Colombia viven tiempos difíciles. El 2020 significó aumento de las violencias hacia ellas/os: el escenario de confinamiento asociado a la pandemia ha favorecido la acción, el control y las disputas territoriales entre los actores armados, ocasionando el aumento de los riesgos de vulneración de derechos como la salud, la educación, la alimentación y la vida misma. El año pasado se identificaron 12.481 niñas, niños y jóvenes víctimas de las afectaciones por el conflicto armado en 197 eventos violentos, que aumentaron un 7.3% respecto al año anterior. Del mismo modo se presentó un incremento de casi el 500% de casos reportados de reclutamiento forzado, comparado con el primer semestre del año 2019. Y lo que va del 2021 la situación se agudiza y no da tregua principalmente en las zonas rurales y periféricas de las centros urbanos.

El gobierno colombiano sigue con su apuesta por la militarización de los territorios y la revictimización de las personas y comunidades que se ven afectadas por el conflicto armado que se despliega por varias regiones del país. Recientemente, las niñas y niños han sido víctimas de operaciones de guerra ejecutadas por las fuerzas militares, desconociendo la situación de especial vulnerabilidad de la niñez en contextos de conflicto armado. Esta apuesta por la guerra y la perpetuación de la violencia estructural profundiza el abandono histórico que han vivido estos territorios y la pobreza que sigue rondado a muchas de las familias de los sectores populares-comunitarios, donde la principal pandemia continúa siendo la desigualdad. No podemos olvidar que la corrupción, las economías ilegales y el extractivismo desenfrenado han sido la base para perpetuar escenarios de guerra para las crianza de las nuevas generaciones.

Ante este panorama es preciso preguntarnos ¿Qué presente estamos sembrando para hacer posible un futuro diferente? La realidad nos exige cuidar decididamente a niñas, niños y jóvenes para cosechar otros mundos con dignidad y alegría, rodear su existencia con oportunidades y posibilidades de vida buena; apreciar y fomentar su cercanía con la tierra, con el agua, con los bosques y con el alimento.

Los pueblos originarios nos recuerdan la necesidad de sostener nuestros fuegos, una brasa, puede durar mucho tiempo calentando nuestros hogares, si sabemos cuidarla, si la arropamos con ceniza durante las noches y en las mañanas la avivamos. Para arropar la brasa es necesario pensarnos y replantearnos las formas de crianzas que propiciamos. Debemos ser conscientes que la niñez y la juventud son presente y futuro de las apuestas que tenemos por la construcción de transiciones hacia sociedades y comunidades sanas, alegres, no adultocéntricas y cuidadoras de la vida. Pensar el cuidado de niñas, niños y jóvenes como el cuidado de la brasa nos recuerda que el fuego es símbolo de la transmutación, que requiere abrigo, paciencia, acogida y atención. De la misma manera, los tejidos comunitarios, se deben custodiar e hilar, especialmente en tiempos difíciles. Sostener viva la brasa y reforzar los tejidos comunitarios son formas de reproducir la vida, garantizando un entramado sólido, resistente e impulsado por el amor. Esa es la chispa para un fuego permanente, creador y consciente de realidades alternativas.

Afortunadamente, en cada rincón de este país, alguien da aliento a estos fueguitos: en un lugar, niñas, niños y jóvenes descubren su palabra; en otro acarician el suelo; en otro aprendan a estar juntes y, así, van desplegando su propio potencial en la crianza y cuidado de la vida. Las Escuelas de Sustentabilidad Polinizando el territorio co-construidas entre Censat Agua Viva y el Movimiento Social por la Defensa de los Ríos Sogamoso y Chucurí (Santander), el Cinturón Occidental Ambiental (Antioquia), la Asociación de Acueductos Comunitarios en Red ACER Agua Viva y Kambires (Meta) han construido ejercicios de reconocimiento y cuidado desarrollados en los territorios por las niñas, niños, mujeres, jóvenes y profesoras. Estas experiencias les han permitido profundizar el conocimiento sobre sus lugares de vida, permanecer en el territorio, recuperar memorias bioculturales y generar espacios de incidencia para el reconocimiento de sus derechos sociales, políticos y ambientales.

Así pues, el llamado frente a las violencias hacia la niñez y la juventud es no sólo rechazarlas sino a actuar y transformar de manera conjunta en pro de salvaguardar sus derechos y brindar vida buena, sana y alegre. Si bien, el estado tiene la obligación de prevenir todas las formas de violencia, así como garantizar territorios ambientalmente justos, las comunidades y procesos organizativos debemos brindar escenarios de crianza amorosa y contextos afectivos para el desarrollo adecuado de niñas, niños y jóvenes. En estos tiempos de emergencia sanitaria y control biopolítico resulta fundamental cuidar la brasa y construir comunitariamente espacios seguros y de confianza, libres de violencia para garantizar que ellas y ellos sigan creciendo, permaneciendo y construyendo territorios autónomos, libres y vivos.