Jessica Toloza Chaparro
Las sociedades contemporáneas enfrentan como en pocos momentos de la historia inmensos retos señalados por el ambientalismo desde hace varias décadas, relacionados con los límites en las relaciones con la naturaleza y al mismo tiempo con la justicia (Sachs, 1998:15), envueltas como están en crisis derivadas del modelo económico y del sistema político predominantes (Beck, 1998), y a ello se ha agregado, a partir del incremento de las tensiones entre los bloques dominantes en el mundo, el tema de la paz (Chomsky, 2017).
Como en pocos países, en el caso colombiano esas tres dimensiones de la sociedad contemporánea se proyectan sobre sus encrucijadas actuales, por ser al mismo tiempo una de las pocas naciones mega-diversas del planeta, la segunda en el orbe con la mayor desigualdad social, y el referente internacional más reciente de búsquedas de la paz, a partir de unos acuerdos que han intentado superar uno de los conflictos armados internos de más larga duración en el mundo.(Carrizosa, 2003)
Se trata de una sociedad compleja, que por definición es de difícil comprensión y frágil en diversas escalas: “El medio ambiente colombiano, que forma parte de los países tropicales, se caracteriza por ser relativamente más complejo que la mayor parte de ellos, tanto por sus características físico-bióticas, como por su desarrollo social. Esta complejidad implica un gran número de ‘estados accesibles’ del medio físico-biótico, así como una mayor dificultad de adaptación cultural y de coherencia en las relaciones sociedad-naturaleza, lo que dificulta extraordinariamente las explicaciones científicas deterministas” (Carrizosa, 2003).
Por todo ello el destino de los colombianos depende como pocos de soluciones complejas a los problemas que la aquejan, como parte de una realidad que convoca al reencantamiento del mundo, según el decir de la filósofa colombiana Patricia Noguera, que como pocas ha venido construyendo un pensamiento ambiental complejo a partir del diálogo de saberes, la investigación social aplicada, el trabajo filosófico, el magisterio y el compromiso con las luchas sociales territoriales; en síntesis, desde un pensamiento crítico que se abre a nuevos paradigmas a partir de una profunda postura ética de la vida: “El mundo de la vida como mundo biótico se funda como mundo simbólico en el momento en que el ser, que es habitado por la palabra y que habita en la palabra (Heidegger), se expresa en el mundo, para habitarlo. Hábitat que es morada en cuanto es la casa del ser. En la práctica del morar hay un ethos, construir entonces es morar. El ser expresado, el ser exiliado, es el ser en el mundo. Es el ser habitante. Es el ser-cuerpo-mundo-de-la-vida-simbólico-biótico.
Por ello, cuando Holderling, en su himno “Memoria” (Andenken), termina diciendo: “Pero lo que permanece lo fundan los poetas”, extendemos este pensamiento a la vida, como ser que se expresa. Mirada así la vida, deben cambiar las relaciones entre las culturas y los ecosistemas. Mientras la mirada a esas relaciones sea una mirada de dominio, y los discursos del desarrollo, aún del desarrollo sostenible, sigan imperando, seguiremos siendo una especie ingrata, y morando la tierra –ese mundo de la vida simbólico-biótico del que hacemos parte-, como si fuera una bodega llena de recursos disponibles y para siempre.
“La ética ambiental exige una disolución total de los mundos platónicos, y una actitud de solidaridad, diálogo y reconciliación entre cultura y ecosistemas. (…)» La ética ambiental también exige un cambio cultural radical en todas las dimensiones de nuestro mundo de la vida. Y una de ellas es la más crítica: la dimensión política y económica. Sin embargo, nos corresponde como amantes de la filosofía fenomenológica, construir las bases conceptuales para que en el futuro podamos vivir bella, respetuosa y solidariamente entre nosotros y con todas las demás especies y formas de vida que habitan la tierra”. (Noguera, 2004).
Adicionalmente, la complejidad colombiana, y especialmente la aportada por el conflicto armado y su imbricación con el modelo de desarrollo, compromete de forma aguda la necesidad de construir el diálogo en torno a las dimensiones históricas de los procesos y de las estructuras sociales; y en tal sentido el pensamiento ambiental debe asumir al mismo tiempo desarrollos relacionados con la memoria, la justicia, la verdad y la reconciliación, el ordenamiento territorial y otros temas, bajo nuevos paradigmas teóricos y nuevas posturas éticas y políticas, en suma, a través de nuevas formas de hablar, de comunicarse y respetarse, con base en una poética, en el sentido originario de producción del mundo en cuanto mímesis, apáte y catarsis, o imitación, duelo reflexivo y purificación, según lo fundado por Aristóteles (López Eire, 2001).
A partir de todo ello, las páginas que siguen se proponen como parte de esas búsquedas dentro del diálogo de saberes y del hacer propio de quienes hemos venido apoyando las luchas de los hombres y mujeres campesinos, indígenas, afrocolombianos, y pobladores urbanos del país, en torno a sus resistencias territoriales, y a sus búsquedas de verdad, justicia y reparación, y de cambio del modelo de desarrollo dominante. Entre otros, el presente texto se nutrió de las reflexiones y discusiones desarrolladas durante las sesiones del espacio denominado Mesa de Memoria Ambiental que ha sido acompañado desde su inicio por organizaciones defensoras del territorio y otras instituciones que apoyan esta iniciativa. Las mencionamos a continuación: Movimiento Ríos Vivos, Asprocig, Proceso de Comunidades Negras PCN, Comité de Integración del Macizo Colombiano CIMA, Comité Ambiental en Defensa de la Vida, Cinturón Occidental Ambiental COA, Fundación Mambe, Fundaexpresión, Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo CAJAR, Asociación Minga, Observatorio de Conflictos Ambiental de la Universidad Nacional OCA y el Centro Nacional de Memoria Histórica CNMH.
De sus propuestas y reflexiones, y de las elaboraciones del pensamiento crítico en el país y en el mundo, se han decantado las proposiciones analíticas que aquí se presentan alrededor de temas que han dado lugar a las secciones del trabajo que sigue, tales como “la naturaleza y sus narrativas como sujeto, escenario, víctima y botín de guerra”; “recordar desde el territorio, como lo propio de la memoria dentro del pensamiento ambiental”; “el pensamiento ambiental como re-significación del mundo mediante el diálogo de saberes y la transformación de las relaciones de poder”; “el horizonte de sentido de la memoria ambiental”; “la memoria histórica ambiental”; “la justicia transicional y la memoria para la reconciliación”; “el cuerpo, la naturaleza y la vida como base y sentido de la reconciliación”; “las voces de los discursos de-coloniales e interculturales, hacia una reconciliación profunda”; “las puestas en escena de esas voces en Colombia”; y, a modo de conclusión, la enunciación poética que hemos titulado
“Restablecer el vínculo. Poética abismal para la reconciliación”.
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