A propósito del #DíaDeLaTierra Organizaciones ambientalistas, sociales y defensoras de la vida se pronuncian frente a la crisis climática.

Introducción

¡Ante la intensificación de la crisis ecológica, no hemos dejado de actuar! Nos juntamos para hacer, proponer, construir, sanar, reorganizar. Con el conocimiento que da la cercanía con la tierra, las propuestas de pueblos y organizaciones ambientales son claras, contundentes y efectivas: luchas por dejar los hidrocarburos en el subsuelo, enfoques culturales regenerativos que se oponen al extractivismo, agricultura campesina para enfriar el planeta, perspectivas donde la energía se entiende como un bien común al servicio de la construcción de proyectos de vida. Una a una, estas visiones se enfrentan a las causas reales de la crisis al resolver desde las bases el
antagonismo inherente entre la reproducción de la vida y el modelo económico capitalista de la muerte que nos ha traído al lugar en el que estamos hoy.

Son ya varias décadas en las que organizaciones sociales y ambientalistas de todo el planeta denunciamos de manera insistente los efectos directos que sobre la naturaleza impone un sistema económico que desprecia la vida, ¡y lo vamos a seguir haciendo! La intensificación del capitalismo en su fase neoliberal a escala planetaria coincide en el tiempo con la crisis ecológica (desde el protocolo de Kioto las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) han aumentado en más de un 50%). El calentamiento
global es un hecho conocido en detalle por la ciencia y por lo menos tres situaciones han sido ampliamente documentadas: i) la temperatura media de la Tierra se
incrementa a gran velocidad, sin ningún tipo de asociación a fenómenos naturales; ii) la emisión de gases de efecto invernadero es la causa del calentamiento debido a
la quema de combustibles fósiles; iii) los modelos predecían los cambios extremos en las condiciones climáticas que ya hoy presenciamos: desde epidemias de magnitud problema global, extinción masiva de especies, alteraciones de los patrones de temperatura y cambios drásticos en los regímenes de lluvia y sequía, hasta huracanes, incendios, aumentos del nivel del mar sin precedentes y el colapso del sistema alimentario.

Mientras tanto, en los escenarios políticos internacionales se plantean soluciones a la medida del sistema económico, las obligaciones se postergan, los tiempos se
dilatan; se acorta todo margen posible de maniobra. Los únicos que se benefician del actual estado de cosas son la misma absurda minoría de corporaciones e individuos
responsables del problema. Por eso proponemos extender el concepto de aquello que se nombra como cambio climático y cuestionar los discursos que nos impone el marco normativo de la negociación internacional, la “Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático” (CMNUCC, UNFCCC son sus siglas en inglés), y las de los países del Anexo 1 (Potencias coloniales responsables de la crisis), como las Contribuciones Previstas y Determinadas Nacionalmente (NDC son sus siglas en inglés) y los mecanismos de mercado. Pretender resolver un problema de escala planetaria con una herramienta numérica como el conteo de emisiones, es solo una jugada artificiosa de la democracia liberal y de los mecanismos a través de los cuales los estados involucran – o no involucran – a las sociedades en su conjunto. Lo anterior contrasta con lo que evidenciamos a nivel popular: múltiples acciones, procesos y transformaciones que se adelantan en diversidad de territorios, comunidades, organizaciones y lugares, que demuestran que una transición ambiental como la que nos exige la actual situación está en marcha por fuera de las lógicas de los acuerdos y sus mecanismos de mercado.

También queremos llamar la atención sobre aquello que estamos nombrando como transición energética. Si bien el debate sobre cambio climático se ha centrado en las
emisiones de gases de efecto invernadero, particularmente en el dióxido de carbono, no se ha abordado el problema del modelo energético basado en los fósiles. Tenemos claro que el reemplazo de estas fuentes por renovables no convencionales como el sol o el viento, en la misma escala y en esta misma lógica centralizada, concentrada y capitalista, no va a facilitar una verdadera transición ambiental; más bien se convertirá en una reconversión tecnológica que habilita nuevos mercados de consumo y deja intacto el modelo de depredación de la naturaleza (Mies, 2018) y de desigualdad social que nos tiene al borde de la extinción masiva. A esta transición capitalista la denominamos transición extractivista, una falsa propuesta que implica agresivas prácticas de extracción, a escalas inmensas, buscando ahora metales como el cobre, el litio, el cobalto, el oro, la plata, las tierras raras; un aumento del poder corporativo en los territorios, con respaldo en los estados y a costa de los derechos y autonomía de nuestras comunidades. En Colombia, desde el 2012 se han declarado 21 metales como estratégicos y se están creando las condiciones para su extracción, resonando fuertemente el caso del cobre en Quebradona, el primero de esta magnitud.

Es imprescindible afirmar hoy, nuevamente, la necesidad de intensificar nuestro actuar desde las bases populares para proteger el planeta, de sostener nuestras luchas por preservar territorios para la vida; hoy, con mayor ahínco, cuando vemos claramente que los espacios políticos globales de discusión sobre el clima no avanzan en dar soluciones acordes a la magnitud de la problemática, y que han sido tomados por los intereses económicos de los mismos causantes de la devastación.

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