Autor: Censat Agua Viva- Escuelas de la Sustentabilidad Polinizando el Territorio
La biodiversidad es un término complejo y de manejo confuso, pero para la “Escuela de Sustentabilidad Polinizando el Territorio (ESPT)”, simplemente es el medio para enamorarse, conocer y renovar las relaciones con el territorio, buscando interacciones nacidas desde el respeto, el amor, la alegría, la curiosidad, el reconocimiento de la diferencia, la sinceridad y la inocencia, que surgen al conocer las diferentes especies con las que se comparte la Tierra.
Las experiencias con fauna y flora nos han abrazado en cada uno de los territorios donde se desarrolla la ESPT. Un día conversábamos sobre polinización con las niñas y niños del resguardo indígena Karmata Rua (Jardín, Antioquia). Específicamente, hablábamos de los murciélagos, animales cuya imagen no es muy buena y menos ahora en tiempos de pandemia donde se les culpa erróneamente de nuestra enfermedad, pero pocas personas podrán imaginar que estos mamíferos voladores tienen relaciones muy estrechas con las plantas, algunas especies llevando el polen de una flor a otra, y muchas otras dispersando las semillas por el territorio. Fuimos muy afortunadas al darnos cuenta que al lado, en una polisombra, había quedado atrapado un pequeño murciélago, así que pudimos observarlo y reflexionar sobre su reputación. Sus cualidades físicas indicaban que era un murciélago polinizador: un hocico y una lengua muy alargadas que le permiten llegar al delicioso néctar del fondo de las flores. Cuando la experiencia sensorial nos envuelve, las reflexiones tienen un realce especial. Considerar su deseo de ser libre nos permitió entenderlo como es, como una especie más con la que convivimos en este planeta, importante en la compleja dinámica de la vida en nuestros territorios.
También en la ESPT hemos tenido encuentros emocionantes con aves fantásticas, como la pava matraquera que salía entre el matorral mientras mirábamos el lombricultivo de don Herman, o los gallitos de roca a la vuelta de su finca en las orillas de Río Frío (Támesis, Antioquia), que bailoteando y vocalizando nos envolvían en alegría mientras los contemplábamos. Asimismo, en La Trocha (Pueblorrico, Antioquia), mientras hacíamos un círculo de presentación nos dimos cuenta de que a nuestros pies descansaba una caracolera, serpiente inofensiva que se alimenta exclusivamente de moluscos, muchos de los cuales se consideran dañinos para algunos cultivos, una excelente oportunidad para poner en discusión las percepciones negativas que de manera generalizada se tienen sobre estos animales. En este mismo sitio, aprovechamos para conocer los pinos colombianos, también llamados chaquiros, así como otros árboles maravillosos como el drago, el mano de oso, el yarumo y el balso blanco, cuyo hábitat es destruido a diario por grandes multinacionales para la siembra homogénea de pinos y eucaliptos exóticos, originarios de tierras lejanas a la nuestra. Con relación al agua, hemos aprendido a medir el caudal de nuestros nacimientos en el corregimiento de Alegrías (Caramanta, Antioquia) y nos hemos interesado por los sitios sagrados, sus plantas y la sabiduría de los Jaibaná en las comunidades Embera Chamí (Bernandino Panchí y Karmata Rua).
Los recorridos territoriales en Pío XII (Guamal, Meta) nos han permitido reconocer algunas especies de mamíferos. En una ocasión observamos una familia de martejas que se encontraban descansando entre las ramas de un gran árbol, estos primates con enormes ojos nos miraban fijamente mientras nosotras con nuestro cuello encalambrado reconocíamos su parentesco con la especie humana. En otra caminata hacia el río Orotoy nos encontramos un palmero muerto, por lo que pudimos acercarnos a sus características corporales con detalle. Las niñas y niños de Pío XII difícilmente lo olvidarán, pues el sentido del olfato juega un papel importante en la memoria, y sí que olía fuerte. En Villavicencio, salimos en expedición por las orillas de Caño Grande, para reconocer las aves que habitan este territorio lleno de agua pero amenazado por las areneras y la expansión urbana. Una vez en un solo recorrido logramos observar tres bienparados mayores, aves que se mimetizan perfectamente con los troncos de los árboles y cuya vocalización en la noche podría pararle los pelos a cualquiera. Allí nos han acompañado los monos ardilla o tití, e incluso los zocay, siempre hay caballitos del diablo, libélulas y coloridas mariposas que revolotean en nuestras narices. Nunca olvidaremos la felicidad de Sofía cuando su deseo de ver una mariposa morfo se cumplió.
En La Playa (Betulia, Santander), nuestras caminatas nos revelaron una gran diversidad de aves en un paisaje entristecido por el represamiento del río Sogamoso, pero motivado por la ilusión de las niñas y niños que en su momento se alegran al ver a sus amigas emplumadas. Un día conocimos en detalle al jacamar al observarlo por algunos minutos; luego, caminando por el sector de La Mira, vimos muy alto al rey de los gallinazos cuya alimentación se basa en carne en descomposición; también observamos al águila pescadora y al halcón culebrero, y nos embelesamos con las golondrinas aliblancas que volaban muy cerca de la superficie del río cazando insectos.
En la vereda La Plazuela (Zapatoca, Santander) nos hemos dejado sorprender por los pequeños macroinvertebrados bentónicos que habitan nuestros caños, aljibes (nacimientos) y ríos. Ellos son bioindicadores del estado de los ecosistemas acuáticos. En el caño San José, después de buscar bajo piedras y revolcar las arenitas, identificamos principalmente larvas o ninfas de insectos como las libélulas y los caballitos del diablo.
Todos estos encuentros y vivencias fortalecen nuestro vínculo con el territorio, desdibujan los estigmas sobre ciertas especies y nos permite comprender que el ser humano no es superior a las demás especies, que la diversidad de la vida en el planeta es muy compleja y estamos envueltos en una red de relaciones dinámicas que se afectan positiva o negativamente no sólo por eventos naturales, sino también, y sobre todo, por el pensar, sentir y actuar de la humanidad. La mirada sensible, de cuidado y asombre con la que se acercan los niños al territorio alimenta los procesos, contribuyéndoles a ser dinámicos, sensitivos y creativos en la apuesta de permanecer en los territorios.