Por Arantxa Rochet

Yayo Herrero es una de las voces más influyentes de la ecología social y el ecofeminismo en el ámbito europeo. Antropóloga, educadora social e ingeniera técnica agrícola, es profesora-colaboradora de la Cátedra Unesco de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible (UNED), además de coautora de más de una decena de libros y numerosos artículos relacionados con la ecología social. La investigadora, que también fue coordinadora estatal de Ecologistas en Acción, nos advierte de cómo la pandemia del Covid tiene mucho que ver con la crisis ecológica en la que estamos inmersos. Evitar que pandemias como esta y otras catastrófes naturales vuelvan a producirse tiene, para Herrero, un solo camino: la transformación radical de nuestros sistemas socieconómicos y nuestros estilos de vida actuales.

Pregunta: ¿Cómo encaja el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la relación del ser humano con el entorno en la pandemia de Covid-19 que estamos viviendo?

Respuesta: Todo parece indicar que esta pandemia tiene muchísimo que ver con la crisis ecológica que vivimos. Lo que nos dice el IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos) es que este tipo de pandemias, según se pierde biodiversidad, van siendo muchísimo más frecuentes y más violentas en su letalidad con los seres humanos.

La biodiversidad es la densa red de relaciones que hay entre los objetos vivos y ha sido como una especie de estrategia de seguridad para la propia vida a lo largo de todos los millones de años de evolución. Cuando se pierde biodiversidad, la zoonosis, es decir, la transmisión de virus que proceden de los animales a los seres humanos, es muchísimo más frecuente. Y en un mundo en el que hay millones de virus a nuestro alrededor, cuanta más biodiversidad se pierda más expuestos estamos a ellos. El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) alerta también desde hace tiempo de que tanto las pandemias como la recuperación de enfermedades erradicas o el aumento de vectores de infección van acompañando a la lógica del cambio climático.

Por otro lado, y aunque aún pendiente de confirmar porque ha pasado muy poquito tiempo, empieza a haber cierta literatura científica que relaciona también la letalidad y la velocidad de la expansión del virus con la contaminación del aire, es decir, con la polución. Parece que en aquellos lugares donde se ha estado respirando aire contaminado en los últimos 15-17 años las personas están muchísimo más expuestas a la letalidad del virus. Ha salido ya algún estudio de la Universidad de Harvard y algún otro de la Universidad de Lombardía. Había también otros estudios previos que relacionaban la polución con la expansión del anterior virus del SARS.

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P: Bajo su punto de vista, ¿esta pandemia es algo excepcional en Europa o se puede repetir en el futuro?

R: Lo que nos dice la comunidad científica es que de seguir así se repetirá. Y cada vez con más frecuencia. Por ejemplo, Fernando Valladares, un investigador del CSIC, dice una cosa muy interesante en uno de sus artículos: «Ya existía una vacuna contra el Covid y nos la hemos cargado». Esa vacuna es la biodiversidad y, por tanto, cuanto más se pierda todo ese sistema, más expuestos estaremos a los virus. La clave es no destruir las barreras naturales que permiten defender a la especie humana.

P: ¿Se podría haber estado preparado? ¿Cómo ha pillado a España esta crisis?

R: Personas que trabajan en la salud pública como Javier Padilla o Joan Benach dicen que una pandemia de este tipo, por muy bien preparado que se esté, siempre tensiona de forma terrible el sistema sanitario. Ahora bien: si una pandemia como esta llega además a un espacio donde el sistema de sanidad pública ha sido parcialmente desmantelado y privatizado y en un país previamente precarizado… No nos tenemos que olvidar de que vivimos sobre las secuelas de la crisis de 2008. Y de esta crisis se «salió», entre comillas, con una precarización del derecho del trabajo importante, con un empobrecimiento grande. España ahora mismo es un país estructuralmente precario. No es que haya unas cuantas personas que tienen que acudir a los servicios sociales porque tienen la anomalía de no tener casa o de no poder pagar la factura de la luz, sino que, ahora mismo, muchísimas personas estructuralmente tienen problemas de habitabilidad, estructuralmente tienen problemas de acceso a la energía o estructuralmente tienen problemas para alimentarse bien y para satisfacer sus condiciones de vida. La mezcla de precariedad estructural y una sanidad pública mucho más debilitada, no es, desde luego, la mejor manera de afrontar una situación como esta.

Por eso es muy importante salir de aquí con unas estructuras mucho más resilientes en lo social, en lo sanitario, en los servicios públicos y en los servicios de cuidados, de tal manera que estemos preparados para lo que va a venir.

P: ¿Y en un sentido más amplio? La comunidad científica lleva mucho tiempo advirtiendo sobre las consecuencias del cambio climático y de la actividad humana…

R: Claro que sí. Las primeras alertas fueron en 1972, cuando se publicó el informe Meadows sobre los límites al crecimiento. Desde entonces hemos tenido la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, se configuró el IPCC, que ha elaborado información continua y precisa desde finales de los 80, el IPBES… Desde comienzos de los 70 hasta ahora hemos tenido una información cada vez más precisa de cómo evolucionaban los ecosistemas, la biosfera, los sistemas vivos. Esta información nos alertaba de que cada vez iba a peor y de que íbamos asumiendo riesgos más grandes y el resultado es que, de facto, no se ha hecho nada. Y nada es nada.

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P: ¿Qué se podría haber hecho?

R: Podríamos haber avanzado transformando nuestros sistemas socioeconómicos a sistemas que no le declaren la guerra a la vida, a la naturaleza, por un lado. Y, por otro, que atendieran y pusieran en el centro y como prioridad el mantenimiento de las condiciones básicas de todas las personas.

El problema es que la dinámica expansiva del modelo económico capitalista es incompatible con la vida. Ese es el problema. Y esta lógica económica, que crece como si fuera un tumor, se ha instalado también en la cabeza de mucha gente. Somos muchísimas las personas, sobre todo en los núcleos más privilegiados de las sociedades, que tenemos instalada una especie de “lógica sacrificial” en la cabeza, que dice que todo merece la pena ser sacrificado con tal de que la economía crezca, y en esa especie de religión civil en la que se ha convertido el capitalismo (ya lo dijo Karl Polanyi cuando escribió La Gran Transformación) es por donde se está desangrando todo. La economía cada vez tiene más problemas para crecer globalmente, crece atendiendo los deseos y las necesidades de un sector privilegiado cada vez más pequeño y va generando un proceso de expulsión de muchísimas más personas a los márgenes de la precariedad, cuando no de la propia vida. Es un problema enorme.

P: ¿Cómo podríamos salir de esta situación?

R: Salir de esto en condiciones buenas para la mayor parte de la gente y también para el resto del mundo vivo significa cambiar radicalmente los estilos de vida, aprendiendo a vivir con suficiencia, y cuando digo con suficiencia me refiero a aprender a vivir con lo suficiente. Es obvio que hay muchas personas que necesitan más de lo que consumen para tener una vida digna, pero también es verdad que hay muchísimas otras, y no me refiero solamente al 1% famoso, que podemos aprender a vivir bien con menos: con menos energía, menos materiales… Y esto no es una cuestión estrictamente personal, individual, sino una cuestión estructural, que implica cambiar los modelos productivos de arriba abajo. Que nuestras economías planifiquen y piensen que es posible producir con los recursos que quedan y con la voluntad de que le llegue a todo el mundo lo que necesita.

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P: En este sentido, en sus conferencias indica muchas veces que el decrecimiento no es una opción, sino solo un dato. ¿Por qué?

R: Cuando yo hablo de decrecimiento me refiero al decrecimiento de la esfera material de la economía. Economías que forzosamente van a tener que funcionar con menos petróleo del que han tenido en los últimos 30-40 años, con menos minerales, con menos disponibilidad de tierra fértil, con menos acceso, a veces, al agua potable.

Por ejemplo, uno de los efectos del cambio climático es una disminución de la rentabilidad de muchísimas cosechas porque la fotosíntesis o las temperaturas o los cambios en las condiciones geofísicas afectan, por decirlo así, a la productividad de la tierra. El hecho de que diga que ese decrecimiento no es una opción sino simplemente un dato es de nuevo responder a lo que nos está diciendo la comunidad científica. En el año 2006 se alcanzó el pico del petróleo convencional, en los años siguientes se ha venido alcanzando el pico de extracción de algunos minerales, otros están próximos a alcanzarse, y pasar de depender del petróleo a otro tipo de fuentes energéticas supone básicamente pasar de depender del petróleo a otros minerales que también son finitos.

Por ello, la clave no es tanto si decrecer materialmente o no hacerlo sino cómo hacerlo.

P: ¿Y cómo puede llevarse a cabo ese decrecimiento?

R: Se puede abordar, por un lado, como considero se está haciendo ahora mismo, desde una perspectiva, y lo digo provocadoramente, fascista. Es decir, que aquellos países o sectores de población que están amparados y sostenidos por el poder económico, el poder político y el poder militar sigan funcionando con la importación de una cantidad ingente de recursos naturales que vienen mayoritariamente de los países del sur global para sostener esas zonas de privilegio. Ahora mismo, si las vallas que rodean los países ricos, además de no dejar entrar a personas migrantes, no dejaran entrar energía, cultivos o minerales de los países de esas personas, los países ricos no se sostendrían ni dos meses. Todos dependen materialmente de la naturaleza, de los bienes y de los productos de otros territorios que están muy distantes.

Esa es una vía de decrecimiento: que los sectores que viven en lugares más empobrecidos, y me estoy refiriendo a personas que viven en los países del sur global pero también a personas en las periferias de nuestras ciudades o de lugares donde hay mucha gente empobrecida, vaya siendo expulsada a los márgenes de precariedad de la vida mientras hay una población que blinda sus propios privilegios. A mí ahora mismo el separatismo que más me preocupa es el de los ricos. El de las poblaciones ricas que blindan sus privilegios, que tienen vallas unas veces visibles y otras invisibles para sostener sus tasas de ganancia, sus propias condiciones de vida, dejando a cada vez más gente fuera.

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P: ¿Y la otra forma?

R: La otra forma de afrontar el decrecimiento global de la economía es asumir un proceso de transformación a todos los niveles. Necesitamos economías radicalmente diferentes, que se centren en producir para satisfacer las necesidades básicas de las personas; necesitamos una disputa de la hegemonía política, porque lo que hay ahora mismo no es falta de ideas, no es saber cómo transitar, no es que no haya investigación o conocimiento técnico o desarrollo industrial respecto a las energías renovables. No es que no sepamos cómo producir alimentos, ahí está la agroecología. No es que no sepamos cómo transformar nuestros modelos de ciudad. Estamos lejos de tener una hoja de ruta concreta, pero tenemos muchas, muchas pistas de cómo evolucionar. Lo que hay es un desequilibrio de poder brutal. Ese poder político es clave y para disputarlo, desde mi punto de vista, no solo hacen falta partidos políticos, sino una base social tremenda que quiera, desee y esté dispuesta a trabajar por esos cambios.

Y entonces llega la tercera de las disputas, la de la hegemonía cultural. Necesitamos superar de una forma radical esa “lógica sacrificial” de la que hablaba antes. Estos días de confinamiento han aparecido reflexiones muy interesantes, porque se ha dado un pequeño minuto de lucidez en el que se ha visto la fragilidad del metabolismo económico. Vivimos instalados en un verdadero polvorín, en una situación de riesgo permanente.

Hemos visto cómo de repente se denominaban trabajos esenciales a trabajos de cuidados, a trabajos localizados en los servicios públicos, a transportistas, carretilleras y reponedoras, empleadas de supermercados o de tiendas de barrio, que son normalmente los trabajos peor pagados y que casi nadie quiere, pero que en un momento de crisis se transforman en trabajos esenciales de los que no se puede prescindir. Esa transformación cultural es fundamental y en ella es muy importante que las personas sepamos lo que está en juego. Con el Covid hemos podido asumir medidas excepcionales porque la población sabía que lo que estaba en riesgo era la vida. El problema es que con la crisis ecológica, el cambio climático y el agotamiento de recursos básicos todavía no somos conscientes, al menos de forma mayoritaria, de que lo que está en riesgo es la vida. Y que además hay que ponerse las pilas ya.

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P: ¿No teme que esta pandemia en vez de hacernos avanzar en este sentido revierta logros ya asentados, como las medidas que se estaban llevando a cabo para frenar la hegemonía del vehículo privado con, por ejemplo, Madrid Central? También parece que el uso de plásticos desechables está aumentando debido a las medidas de seguridad sanitaria: uso de guantes, comida envasada por miedo a la contaminación…

R: Claramente podría llevar a eso. Por eso decía que me parece muy importante pensar las medidas postpandemia en el marco de la crisis ecológica que tenemos. No pensar como si eso no existiera y estuviéramos en 1975, cuando la superación de la biocapacidad de la tierra no se había producido. Si ahora mismo no miramos y no buscamos imaginativamente otro tipo de medidas, lo que nos vamos a encontrar es una especie de «efecto rebote». Volveremos a salir en coche individual, volveremos a aumentar la polución, volveremos a estar en condiciones de enfermar… Ahora mismo la incertidumbre es grande y no tenemos ni idea de qué tipo de repuntes puede tener el virus, cómo puede evolucionar.

Pero también se puede ir a mejor. Hay muchísima gente que está señalando que no podemos salir de esta situación abonando el terreno para que se pueda producir otra igual dentro de muy poquito tiempo, que cada vez tendremos posibilidades más escasas de afrontar. Ahora mismo va a haber que invertir unas cantidades ingentes de dinero en recuperar la economía y lo suyo sería no recuperarla como se hizo en 2008, por la vía de precarización, de la privatización y de colectivizar los riesgos del capital, sino poner en el centro la seguridad de las personas. Que vayamos por ahí o no depende, bajo mi punto de vista, de lo que seamos capaces de articular como sociedad. Vamos a necesitar mucha reflexión, pero también mucha organización social y mucha presión. Podemos aprovecharlo para que sea un momento de lucidez que nos permita empezar a caminar en una dirección distinta.

P: ¿Qué papel juegan las ciudades, sobre todo las grandes ciudades como Madrid, en todo este proceso?

R: Las ciudades son fundamentales porque se han convertido en los mayores sumideros de energía y materiales, de gases de efecto invernadero, porque han crecido sin observar límites, sin haber previsto una ordenación de territorio que pusiera las necesidades de las personas en el centro.

Necesitamos ir a ciudades policéntricas, donde las personas no se vean obligadas a tener que trasladarse muchos kilómetros todos los días para atender las diferentes dimensiones de su vida. Ciudades en las que la escala del barrio sea importante, que tenga servicios sociocomunitarios donde se puedan atender las necesidades de cuidados, donde se fortalezca y se impulse la cultura comunitaria y organizativa barrial.

No sé si has visto el programa electoral de la alcaldesa de París, que lleva una propuesta estrella, “La ciudad a un cuarto de hora». Es una propuesta en la que intentan replanificar París para que las personas tengan todo lo que necesitan para hacer su vida a menos de quince minutos. Eso implica una transformación del planeamiento y del modelo urbano, pero también, por ejemplo, meterle mano al precio de la vivienda. La gente no vive a dos horas del sitio en el que trabaja por vicio. Vive a dos horas del sitio en el que trabaja porque no hay vivienda que pueda pagar ahí.

En segundo lugar está el modelo de transporte. Necesitamos ciudades donde la bici y caminar sean formas de desplazamiento y de movilidad mayoritarias, y donde aquellas que no se puedan resolver así se puedan solucionar con un transporte público y colectivo. Y además electrificado. Creo que repensar el modelo de transporte es fundamental, con el criterio ecológico de fondo de disminución de la huella ecológica, de los gases de efecto invernadero y de la polución y la contaminación.

El tercer eje tendría que ver con la edificación. Ya hay algunos estudios interesantes que hablan de cómo se podría rehabilitar energética y económicamente la vivienda en nuestras ciudades y también en el campo, para conseguir que los propios edificios no se conviertan en sumideros de energía y en generadores de gases de efecto invernadero, sino que puedan ser productores incluso de su propia energía. Hay muchas propuestas elaboradas desde hace tiempo, que calculan los puestos de trabajo que podrían generar y cómo podría convertirse en un sector orientado a lo social y lo ecológico.

Y el último eje es el sistema alimentario, de tal modo que la apuesta por la agroecología sea clave. También implica importantes cambios en los hábitos de alimentación: productos de temporada, una disminución drástica del consumo de proteína animal, sobre todo en la de origen industrial, productos que vengan de más cerca… Son cambios en los hábitos que poco a poco van asumiendo muchas personas, pero que tienen que ser generalizados y para ello han de ser abordados por la política pública. Nosotros no queremos un modelo en el que algunas personas que tienen dinero van a una tienda ecológica y compran los tomates a cinco euros el kilo. Eso es alimentar una especie de pijoprogresismo que muy pocas personas pueden mantener. De lo que estamos hablando es de la transformación del modelo alimentario, de tal forma que todas las personas puedan acceder a alimentos de calidad, que sean de cercanía, y ahí las políticas de incentivos y penalizaciones y las políticas de estímulos a determinados tipos de producción pueden jugar un papel fundamental.

P: Existen iniciativas dentro de la economía social y solidaria, a pequeña escala, como los huertos urbanos, los supermercados cooperativos, las cooperativas de energía, de financiación… ¿Es este uno de los caminos para cambiar las cosas?

R: Claramente todas las iniciativas de la economía social y solidaria son claves. A mí me parecen importantísimas, en primer lugar porque son laboratorios de experiencia, que luego pueden ser llevados a la política institucional, y, en segundo lugar, porque resuelven necesidades concretas de gente. La explosión de solidaridad y el rearme comunitario durante la explosión del Covid ha sido impresionante en barrios, en pueblos, en un montón de sitios. Hay mucha gente que ha puesto energía y tiempo en esas dinámicas solidarias por el bien común.

Ahora, yo creo que también necesitamos que estas ideas adquieran una dimensión y una escala mayor. Impregnar las instituciones y trabajar para que vayan en esa línea. Bajo mi punto de vista y como integrante de los movimientos sociales, creo que hay que conseguir que estos se articulen y sean fuertes. Más que nunca necesitamos sindicatos, asociaciones de familias de centros educativos, asociaciones feministas, ecologistas, pensionistas, personas que trabajan en torno a la diversidad funcional… No pretendo que sea todo un único movimiento, pero sí que la mayor parte de estos movimientos sociales sean conscientes del problema que tenemos en frente, para tratar de caminar y de presionar en un sentido adecuado que consiga esas transformaciones. Yo creo que va a depender mucho, mucho, de la articulación social que consigamos ganar.

Tomado de: Madridiario