Los ríos y sus ecosistemas circundantes, que forman cuencas y macrocuencas, cumplen un papel fundamental en la reproducción de la vida de seres humanos y no humanos. Aún así, tristemente vemos que, por ejemplo, la macrocuenca Magdalena-Cauca, donde se encuentra concentrada el 50% de la población colombiana, ha perdido el 77% de su cobertura terrestre natural en los últimos 30 años, según la Fundación Natura. Frente a este preocupante panorama y teniendo en cuenta los obstáculos que enfrenta el ejercicio del derecho a la defensa del agua en Colombia, desde Censat Agua Viva queremos aprovechar este Día Mundial del Agua para llamar la atención sobre algunos retos clave que deben atenderse de forma prioritaria para contrarrestar la tendencia de destrucción, privatización y mercantilización de los cuerpos de agua en nuestro país.
En primer lugar, se presenta el desafío de poder integrar a las comunidades que habitan las cinco macrocuencas de Colombia en los procesos de participación y decisión sobre los ríos que las conforman, para que se apropien de su defensa y conservación, en virtud de que no se repita el caso de algunas sentencias que buscan reconocerlos como sujetos de derechos mediante tutelas instauradas por agentes externos (senadores, activistas y organizaciones no gubernamentales). El resultado es que esas decisiones judiciales, se quedan sin procesos populares que sostengan dicha defensa. En este punto, es importante posicionar un debate público ampliado sobre lo que significan los ríos, sus ecosistemas y las cuencas que los conforman, así como su afectación por parte del sistema económico actual, para impulsar campañas de sensibilización alrededor del sentido y el papel que juegan los ríos en la vida de ecosistemas, comunidades y demás seres sintientes. Después del proceso de sensibilización, será necesario construir mecanismos colectivos que nos permitan actuar para frenar su destrucción y establecer rutas que propugnen por su protección y conservación.
Un segundo desafío crucial es que si bien es necesario establecer “como mínimo, para el 2030 un 30% de conservación y que, para 2026 que es el fin de este periodo de gobierno, alcancemos al menos un 21% de protección de humedales y un 23% de protección en ríos” (Vásquez Marazzani, 2022), esa conservación debe hacerse con las comunidades que históricamente han habitado las riberas de los ríos en las 396 cuencas que tiene nuestro territorio, con un apoyo popular masivo desde centros urbanos en relaciones de reciprocidad entre el campo y la ciudad. Planteamos este punto ya que, en paralelo, el caso de la delimitación de páramos que busca excluir de ellos casi cualquier actividad humana diferente al ecoturismo, ha generado conflictos con comunidades campesinas de alta montaña que no solo las desconoce como habitantes tradicionales de esos territorios (no siempre por vocación sino también por fenómenos históricos de apropiación de tierras planas en el marco de procesos violentos), sino que además las estigmatiza como destructoras de su propio territorio. Esta mirada conservacionista ocasiona desplazamientos y cambios en la vocación de estos grupos sociales, además de, muchas veces, también terminar en la privatización o apropiación empresarial de estas zonas, bajo el argumento de que esos actores son más capaces del cuidado que sus habitantes.
Este ejemplo concreto evidencia la pertinencia de reconocer las relaciones históricas que han existido entre las comunidades y la naturaleza, donde se genera un vínculo e interdependencia, logrando equilibrios armónicos, en los que las gentes toman de los ríos, las ciénagas, los humedales, los páramos y otros territorios del agua, lo necesario para reproducir la vida sin destruirlos. Esto implica habitar los territorios, no solo contemplarlos.
Un último desafío que queremos exponer aquí es la importancia de crear procesos de memoria de los ríos¹ y demás territorios del agua como parte de los procesos restaurativos donde estos han sido destruidos casi al punto de la extinción y desaparición, por los conflictos socio-ecológicos emergidos de un modelo extractivo, sumado o interconectado con el conflicto interno armado. Estos procesos de memoria pueden posibilitar una conciencia crítica y ecológica para las generaciones siguientes, la consolidación de una cultura de la conservación y protección con gente, de las cuencas hidrográficas y los ecosistemas que las componen, así como la no repetición de este tipo de acciones destructivas extractivistas hacia los territorios del agua. Eso, en últimas, es lo que subyace al propósito de ordenar los territorios en torno al agua
Esa cultura de conservación y protección se plantea de manera activa, manteniendo viva una relación de interacción entre los seres humanos y la naturaleza, forjando así una normalización del cuidado de los ríos donde no estén más mancillados por las formas de producción capitalista que los sigue concibiendo como activos objeto de explotación. Desde allí, es indispensable mantenernos en la disputa por los lenguajes de valoración, en donde el significado que tienen las aguas para muchas comunidades, como un bien común y público, como un elemento central de la naturaleza que posibilita todas las formas de existencia así como la recreación, determinante en las formas de relacionamiento se posicione masivamente, de forma que no sigan siendo entendidas y gestionadas como “recursos” dentro de las lógicas de acumulación del desarrollo capitalista.
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1. Propuesta surgida de los talleres de ríos con el Movimiento en defensa del río Sogamoso y Chucurí en Santander, Colombia.