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Alfons Pérez: «La transición ecológica que plantea la UE es colonial e imposible en términos de límites biofísicos del planeta»

Mar 16, 2021 | Noticias y análisis - Energía y Justicia Climática

Autor: Marc Font @MARCFONTRIBAS

Alfons Pérez, investigador del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG). — Sara Sda

El Pacto Verde Europeo (PVE) se ha situado como el elemento central de la recuperación económica post-pandemia que plantea la Unión Europea, con herramientas tan importantes como los fondos Next Generation EU, dotados con 750.000 millones de euros –140.000 los que para el Estado español–.

Decenas de organizaciones han empezado a movilizarse para denunciar que, tal como están planteados, estos fondos fundamentalmente favorecerán a grandes empresas, que podrán financiar su particular reconversión verde. Asimismo, ¿es realmente posible una transición ecológica como la que propone la UE que implique una reducción de las emisiones globales? Lo cuestiona con rotundidad Alfons Pérez, investigador del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG) que analiza a fondo y críticamente el PVE en el libro Pactos Verdes en tiempos de pandemia. El futuro se disputa ahora. Se puede descargar en la web de la entidad y está editado conjuntamente por la ONG, Libros en Acción e Icaria editorial. Atiende a Público en la sede del ODG.

El Pacto Verde Europeo es el más grande del mundo y el que prevé movilizar más recursos económicos. Viene de antes, pero con la pandemia se ha reforzado y se ha convertido en la gran apuesta europea para reactivar la economía y superar la crisis. ¿Qué destacaría de él?

Históricamente cuando ha habido una crisis económica, la política verde ha quedado en un cajón, pero ahora es al revés y el Pacto Verde Europeo (PVE) está muy presente en la estrategia de recuperación. Desde la perspectiva más crítica destacaría que vuelve a tener una perspectiva muy eurocéntrica y hace propuestas muy desde las herramientas de la UE, que básicamente son herramientas de mercado. Propone crecimiento verde, instrumentos financieros para poder financiar el plan verde y luego pone en el centro la tecnología. Una tecnología que tiene toda una parte de extractivismo de materiales críticos que no están dentro de las fronteras de la UE y, por lo tanto, hay una dimensión exterior muy importante. Plantea una transición para la neutralidad climática en 2050, pero no se hace responsable de unas dependencias muy fuertes del exterior.

El libro resalta que el PVE se basa en una premisa falsa: que se puede mantener el crecimiento y, al mismo tiempo, reducir las emisiones y el impacto ambiental.

En las últimas tres décadas, Europa ha cuadruplicado sus importaciones de China. Si no tenemos en cuenta todo el impacto del consumo material y de las emisiones de la fábrica china estamos falseando los números de la UE. En el libro intentamos explicar el concepto del desacoplamiento absoluto, es decir, de poder seguir creciendo y al mismo tiempo reducir las emisiones. No está demostrado empíricamente y, aunque fuera posible, con las ratios que necesitamos de velocidad (de reducción de las emisiones), que son del 8% anual para alcanzar las metas del Acuerdo de París, es altamente improbable. Se está diciendo que con la pandemia se ha conseguido alrededor de un 6%-7% de reducción de las emisiones en un año en el que se ha detenido la economía y nos hemos quedado confinados. ¡Imaginemos el reto que se está planteando! El crecimiento verde es una huida hacia delante.

¿Hay una confianza excesiva en la solución tecnológica y, al mismo tiempo, se obvian los impactos ambientales que también tiene, por ejemplo, a nivel de extracción de recursos?

Existe la parte de transición energética; el PVE lo que hace es impulsar una futura matriz energética basada en las renovables. Podemos estar de acuerdo, pero si no hay una premisa de reducción drástica del consumo energético esto provoca, incluso, utopías materiales. No hay materiales suficientes en el mundo para tener un 100% de renovables con los niveles de crecimiento actuales. Hay unos límites biofísicos. Y, al mismo tiempo, no podemos olvidar el enorme impacto que tendría el incremento de extracción de materiales como el litio, el cobalto y el níquel, que quizás son los elementos más críticos en términos de transición energética. A partir de la primera tonelada ya hay un impacto y si lo que hacemos es multiplicar por 11 o 80 la extracción de un mineral que está localizado en unas partes muy concretas del mundo,… Debemos tener una visión de corresponsabilidad con ello.

Los materiales críticos para la transición verde están repartidos en muchos lugares del mundo, pero sobre todo se concentran en el sur global. ¿Este nuevo extractivismo provocará conflictos geopolíticos para tener acceso a ellos?

La mayoría de reservas y proyectos extractivos están al sur, aunque también hay algunas cosas en la Unión Europea. No sé si cambiarán los polos, pero se sumarán. Seguiremos necesitando el petróleo de Arabia Saudí para poder hacer la extracción. Las empresas mineras son grandes consumidoras de energía fósil y lo seguirán siendo. Los materiales críticos se repartirán en muchos lugares del mundo, pero en algunas zonas está clarísimo que habrá una presión brutal, como en la República Democrática del Congo, que tiene más del 50% de las reservas y ahora mismo también más del 50% de la extracción de cobalto. También están las cadenas globales de suministro. Estamos hablando de que se establece un triángulo por el que la extracción del sur global la manufacturan en China y el consumo es en Europa. Y esto se debe analizar en clave de corresponsabilidad.

También destaca que las herramientas digitales no son neutras ambientalmente y tienen un impacto que a menudo se olvida.

Efectivamente. Cuidado con relacionar directamente la digitalización o el espacio virtual con la desmaterialización y el no consumo energético. Los servidores consumen mucha energía, las redes deben construirse… Somos la primera generación que tenemos toda la información disponible en el mismo momento y esto no es gratuito ni a nivel material ni a nivel energético. Debemos analizar donde están instalados los servidores, si están en la India, pues es un país que tiene un mix energético en el que hay mucho carbón. Por lo tanto, lo que están haciendo es consumir carbón. Uno de los problemas de la digitalización es que nos aleja de los impactos.

 

En resumen, ¿tal y como está planteada la transición ecológica no es posible?

Tal como está planteada ahora mismo es básicamente colonial y es imposible en términos de límites biofísicos del planeta. Si lo que se busca es cumplir los Acuerdos de París, que son cifras globales, y la UE compatibiliza todo su metabolismo lo que plantea son escenarios de 4 o 6 grados, es decir, que no dará.

Una de las grandes herramientas de este Pacto Verde Europeo son los fondos Next Generation EU, que pretenden movilizar 750.000 millones de euros. Numerosos colectivos, como el ODG, denuncian que fundamentalmente favorecerán a grandes empresas, no a pymes ni a la economía social y solidaria. ¿El propio diseño que ha hecho la UE lo condiciona?

Es mucho dinero para otorgar en muy poco tiempo. En España pueden llegar hasta 140.000 millones y quien tiene la capacidad rápida de ejecución, presentación de proyectos, cumplir con la burocracia europea o poder hacer los informes de seguimiento y económicos son las grandes empresas. Si pones a Endesa y a Som Energia en esta tesitura está claro quién tiene la mayor capacidad de acceder a los fondos. Y no sólo eso, también quien tiene unas relaciones históricas y presentes con la esfera política que está tomando las decisiones sobre estos fondos.

En la anterior crisis los fondos públicos salvaron a la banca, ¿ahora pagarán la transición ecológica de las grandes empresas?

El mensaje grande sería este: pagamos el rescate a los bancos de manera bastante descarada, cuidado que no paguemos ahora el rescate a las empresas en términos de transición verde. O cuidado que las empresas no utilicen el greenwashing como una estrategia para la captación de fondos públicos. Esto es un riesgo que está sobre la mesa.

Los fondos no están otorgados, pero a nivel catalán hemos visto como detrás los proyectos propuestos por la Generalitat hay compañías como Naturgy, una de las más contaminantes del Estado.

Aquí hay dos temas. Hay que plantearse si estos actores, que han contribuido a la problemática, son los que tienen recibir los fondos para hacer la transición, cuando hay otros actores que sí llevan tiempo pensando y transitando en esta propuesta, como las cooperativas energéticas. El otro tema es que estos fondos aparecen en un momento de pandemia, ¿pero responden a sus necesidades? ¿Dónde está la salud? ¿Dónde está la educación? Son fondos de política industrial, que buscan un reposicionamiento de la UE en un contexto internacional donde está invisibilizada por grandes actores como Estados Unidos o China. Estos fondos no beben de las lecciones que hemos aprendido de la pandemia, sino que podían haber salido en cualquier momento.

Teniendo en cuenta la velocidad con que se otorgarán, ¿hay capacidad para que se replanteen con un enfoque diferente?

Creo que sí, que hay capacidad de incidir. Hay mucho ruido entre ministerios y diferentes capas de la administración pública –comunidades autónomas, Estado– y creo que sí hay espacio. Porcentualmente seguramente será pequeño, pero es importante poder irrumpir y conseguir que algunos proyectos transformadores tengan financiación. Este fondo comportará deuda dentro de unos años y sólo faltaría que fuera sólo para financiar la transición de las grandes empresas. Y si realmente hay un gobierno progresista en el Estado debería estar abierto a estas cosas. Lo que es muy difícil ahora es articular la presión, porque es un tema complejo. Creo que se debería hacer un frente común para hacer presión y se abriera la ventana y luego presentar las propuestas.

 

¿Con la deuda pública se puede repetir el esquema de la anterior crisis, es decir, que se dispara en beneficio privado? Además, alertan de que, de paso, puede conllevar reformas regresivas a nivel laboral o de pensiones.

Ahora parece que lo más importante es esta idea de la recuperación y esto se obvia, pero no debemos olvidar que se ha hecho una emisión de deuda de 900.000 millones, que se deben devolver en cinco o 30 años. Los fondos europeos vienen con condicionalidades fuertes de reformas estructurales, sobre todo en los países del sur de Europa, que a cambio reciben deuda mutualizada, lo que beneficia España e Italia.

El Banco Central Europeo está comprando deuda de los países desde 2014 y cuando llegó la pandemia se activó súper rápido y creó el PEPP [Programa de Compras de Emergencia para Pandemias, por sus siglas en inglés] para comprar aún más bonos de países. En algún momento esto también se tendrá que devolver. En dos o tres años nos podemos encontrar en una situación de crisis de la deuda muy parecida a la del 2008, pero cuidado que esta es mucho más generalizada. Ahora haría una lucha por captar el máximo de fondos del Next Generation para proyectos transformadores e iría poniendo las bases para una reacción futura contra el pago de la deuda.

¿Desde un punto de vista teórico, qué alternativas habría? ¿El decrecimiento es imperativo?

Construir la alternativa debería partir de un suelo que serían las necesidades básicas y un techo que serían los límites biofísicos del planeta. En este margen hay que moverse y las propuestas deben partir de esta realidad, que los recursos son limitados y depende de cómo sean extraídos generan unos impactos al sur. En cuanto a las alternativas, creo que hay un trabajo muy fuerte de reconstruir el marco del trabajo. Debemos hacer planteamientos de reparto del trabajo, también para hacer una redistribución del trabajo reproductivo, y no volver a reactivar sectores que conllevan impactos a nivel global y también a nivel local. Podemos plantear horizontes ilusionantes en términos de trabajo. Una combinación entre renta básica universal y reducción de la jornada de trabajo para repartirla podría ser una buena opción.

Otro reto es escalar experiencias. Por ejemplo, los grupos de consumo tuvieron su momento y ahora plantean los supermercados cooperativos. Finalmente, las estrategias de incidencia política que utilizamos muchas veces quieren cambiar marcos normativos, pero también tenemos que intentar consolidar proyectos público-comunitarios, por ejemplo, lugares donde pueda haber producción y el edificio sea público y la gestión comunitaria. Creo que hay mucho campo por recorrer y se podría ganar autonomía con estos proyectos.

Seguramente estemos en un momento decisivo, en el que parte de los actores querrán volver al viejo mundo pre-pandemia y, al mismo tiempo, pueden abrirse posibilidades de una transformación profunda que, en cualquier caso, no sería inmediata.

Es comprensible porque ha habido mucho sufrimiento colectivo y esto hará que la gente tenga ganas de socializar, salir de fiesta, viajar… Serán necesarias vías de escape, no podemos obviar esta parte. Volver a la vieja normalidad será un ejercicio de intentar inocular un poco de calma, lo que pasa es que esto se acabará y quedaran realidades muy duras, con mucha gente en paro, impactos en salud, impactos psicosociales… Creo que habrá un reflujo del pasado, pero el pasado no se sostendrá y como llueve sobre mojado debemos articular respuestas. En la parte movimentista puede que inicialmente el proceso sea lento, se deben tejer confianzas, pero en algún momento se deben poder plantear cosas muy potentes porque serán necesarias y generar frentes comunes con cosas como lo del trabajo. Al detalle ya entraremos después.

Tomado de: Publico.es