Autor: Víctor M. Toledo
Tomado de La Jornada.
Un ser diminuto, tan pequeño e insignificante que no podemos verlo, ha cambiado ya la ruta del planeta. Parece una escena de ciencia ficción. Sin embargo, este hecho inaudito había sido ya anticipado por las nuevas corrientes de la ciencia, como la teoría del caos o las ciencias de la complejidad o de la resiliencia. Todo lo que hemos vivido estas últimas semanas en el escenario planetario, no es sino una simple guerra de especies. La guerra entre un microbio oportunista que ha logrado, con cierto éxito, parasitar al animal más abundante del orbe (un mamífero, un mono desnudo, nosotros), y esa especie que lucha con todos sus medios por defenderse y sobrevivir. Somos de nuevo una especie amenazada. ¿Cuántas veces no les habrá ocurrido a nuestros antepasados de las sociedades simples como las bandas o las aldeas? ¿No estamos experimentando nuevamente vivencias paleolíticas o neolíticas? ¿Una batalla más entre el depredador y su presa? La novedad ya no es biológica, sino cultural, porque este fenómeno se ha dado en la era de la modernidad que, se nos ha inculcado hasta el cansancio, es la más avanzada, segura, confortable y predecible de la historia. La cultura que es una secreción de la naturaleza y no lo contrario, queda de nuevo desnudada e inerme ante un mecanismo de la vida. “Cuando creemos que nos extirpamos de la naturaleza, afirma Michel Onfray en Cosmos (2016, p. 152), la estamos obedeciendo; cuando imaginamos que nos emancipamos, nos estamos sometiendo a ella; cuando suponemos que la hemos dejado atrás, nos estamos plegando a su orden. Nunca comunicamos mejor nuestra subordinación que cuando creemos liberarnos. No somos más que lo que la naturaleza quiere que seamos.”
La modernidad erigida como la cúspide de la civilización, hiper-tecnológica y racional, anti, meta o supra natural, ha sucumbido a un fenómeno biológico común y corriente. Como ha sido ya muy señalado en las redes sociales, el virus ha desencadenado también otro hecho: se están multiplicando pensamientos peligrosos que ponen en duda el andamiaje total de una civilización. Al fin y al cabo, la crisis del coronavirus viene a sumarse a, es parte de, la crisis ecológica global. Hoy la humanidad se encuentra amenazada desde dos frentes: el microcosmos por la pandemia viral (crisis microbiológica) y el macrocosmos por los cambios en la atmósfera (crisis climática). Los pensamientos peligrosos existían antes de la pandemia, y son los que se han impulsado como propuestas alternativas, antisistema, para imaginar y construir una nueva civilización. «Buen vivir», «descrecimiento», «comunalidad», «pueblos en transición», «futuros locales».
Los efectos del virus inducen a reflexiones peligrosas entre la gente común porque ponen al descubierto verdades que permanecían ocultas bajo los anestésicos (propagandas mercantiles, políticas, religiosas) que se esparcen diariamente entre los ciudadanos del mundo. Esta fumigación de conciencias hoy está seriamente cuestionada. Alcanzo a distinguir al menos siete realidades que surgen de la crisis microbiana. 1) La alta vulnerabilidad de la humanidad; tan lejos de la seguridad tecnológica y tan cerca del azar genético; 2) la de un planeta en que todo está interconectado tanto por los fenómenos físicos, biológicos y ambientales como por los económicos, políticos y sociales. La crisis sanitaria ha causado en pocas semanas una crisis económica, otra financiera, una más energética y hasta una ideológica o moral; 3) sólo el conocimiento científico surgido de grupos interdisciplinarios e internacionales puede ser eficaz en tiempos de crisis. Todas las creencias, sean religiosas, étnicas, políticas, ideológicas, raciales, resultan inocuas e inoportunas; 4) los mecanismos de salvamento y la gobernanza. La modernidad que es básicamente urbana e industrial, con decenas de megalópolis, carece de mecanismos oportunos de rescate social ante emergencias de esta envergadura; 5) ello se debe a que la civilización moderna está erigida sobre el individualismo, la competencia, la rentabilidad económica, el consumismo, el patriarcado y las estructuras verticales o piramidales. Y, ¡oh sorpresa!, lo que salvó a nuestra especie fue exactamente lo contrario: la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo; 6) los empresarios, los políticos y los diplomáticos hablan por lo común un lenguaje que no es el de la vida; su cosmovisión es pragmática, antinatural y deshumanizada; 7) el último pensamiento lleva irremediablemente a identificar otro «virus» mortal que existe en nuestra propia especie: el 1% que destruye el delicado equilibrio del planeta, los 500 corporativos, bancos y magnates que lista la revista Fortune. Contra ellos será la próxima guerra. La pregunta que da título a este texto es incontestable. De lo que sí estamos seguros es que hoy más ciudadanos están de nuestro lado. Y que el mundo ya no será el mismo.