Editoriales y opinión

Pensar de otra forma la transición energética en Colombia

Ene 27, 2023 | Opinión - Energía y Justicia Climática

Omar Felipe Giraldo* – columnista invitado

Celebro que Petro sea el único mandatario que en los escenarios internacionales alerta sobre el enorme peligro en el que se encuentra la humanidad ante los gravísimos efectos del cambio climático, como lo hizo en las reuniones del Foro Económico Mundial en Davos Suiza (la meca del capitalismo global). Tiene toda la razón: el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático en su informe de 2022 señaló que apenas tenemos dos años para iniciar un descenso sostenido y a gran escala de las emisiones globales de dióxido de carbono (y de los demás gases con efecto invernadero) o es probable que entremos en un proceso irreversible a tal punto que nuestro planeta será inhabitable en apenas unos decenios. El diagnóstico de Petro es (parcialmente) correcto: el problema es el capitalismo y las energías fósiles que la sustentan, y en tal sentido es impostergable que todos los países del orbe (pero principalmente los grandes contaminantes) emprendan una decidida transición energética. 

Petro asegura que Colombia, como ejemplo, se convertirá en el país líder de esa transición en la región. Para ello no aprobará nuevas licencias para exploración de petróleo y carbón (las principales fuentes legales de divisas del país) y emprenderá una sustitución de las fuentes fósiles de energía por energía eólica, fotovoltaica e hidrógeno verde. 

Truenos y centellas le han caído por estas declaraciones, que viene defendiendo desde la campaña. Sin embargo, a mi juicio, no son muy distintas a lo que pregona la gobernanza global del desarrollo sostenible. Y para mí ahí reside el gran vacío del discurso de Petro. No en lo que le critican los religiosos del desarrollismo, tanto de derecha como izquierda, sino en el hecho de haber abrazado de manera tan acrítica la narrativa del enorme negocio de las corporaciones energéticas que buscan desesperadamente hacer nuevos negocios “verdes” ante el cénit en la oferta de petróleo (que se alcanzó en 2018), y que ven una enorme oportunidad de abrir un nuevo ciclo de acumulación subsidiado por los estados nacionales. 

Intentaré resumir el vacío de la manera más esquemática posible:

1. Tanto la energía eólica como la fotovoltaica generan electricidad, y solo electricidad. Pero el consumo de electricidad solo es el 30% de la matriz energética global. ¿El 70% restante? Es consumo para movilidad, representado principalmente en diésel para barcos y camiones, gasolina para carros particulares, y turbosina para aviones. 

2. Esto quiere decir que, aun cambiando toda la infraestructura energética para supuestamente sustituir petróleo, carbón y gas, por paneles solares y turbinas eólicas, todavía no habríamos solucionado la principal causa de emisiones de carbono que es el transporte.

3. Se dice que para eso están los carros y buses, y que ellos se alimentarían con electricidad “verde”. Digamos que esto fuera cierto. Aún así no habríamos atendido la principal fuente del problema: el transporte pesado impulsado por los derivados del petróleo y para los cuales no hay alternativas tecnológicas viables de reemplazo (no hay baterías viables para el transporte pesado terrestre y marítimo).

4. En realidad el transporte eléctrico (por lo menos como lo quieren hacer) no es posible. No hay suficiente cobre, ni litio, ni cobalto para las baterías de todos los carros eléctricos y para toda la infraestructura que requeriría una eventual transición. Y si se quisiera usar el hidrógeno verde como alternativa, se requeriría hacer crecer ocho veces la generación renovable del planeta entero solo para energizar su transformación y almacenamiento. Despidámonos pues de la salvación mediante el hidrógeno verde.

5. Ahora bien, suponiendo que se tuvieran suficientes minerales para hacer la transición energética, y que quisiéramos aceptar el impacto ambiental y social de la multiplicación de la minería a gran escala, el gran meollo del asunto es que las tecnologías energéticas “verdes” en realidad no lo son: dependen del carbón y petróleo. Desde el concreto, el acero de un aerogenerador, las materias primas para las baterías, los plásticos, la construcción de las plantas, la energía para su mantenimiento y desmantelamiento después de su corto periodo de vida, todo, absolutamente todo, depende de combustibles fósiles.

6. Las “energías renovables” solo tiene de eso el nombre, pues, aunque su fuente es el aire y el sol, la fabricación para la infraestructura y su funcionamiento dependen del régimen industrial impulsado por energías fósiles, principalmente carbón. Pongamos el ejemplo de los paneles solares. El 75% de ellos se producen en China y la principal fuente energética del gigante asiático es el carbón. Sabemos hoy que el 80% de la huella ecológica de un panel solar es carbón.

7. Y eso sin contar que por cada unidad de energía renovable instalada se necesitan de 2 a 5 veces más consumo de minerales como cobre, litio, cobalto, zinc, cadmio y tierras raras, y que por cada kilómetro de ocupación territorial de energías no renovable se requieren 50 kilómetros para paneles solares y 150 kilómetros para eólica. Imaginemos el impacto sobre los territorios: el acaparamiento de tierras, el extractivismo, el despojo.

8. Además cuando no hay viento y está nublado, estas energías no sirven, y se vuelve a recurrir a los combustibles fósiles. El mejor ejemplo es Alemania. A pesar de que sobresaturó su territorio con estas tecnologías (es el país que más le ha apostado a la transición energética) solo sirven para abastecer el 5% del total de su matriz energética. Hoy que no tienen gas ruso regresaron al carbón. 

 

¿Qué es lo que quiero decir con todo esto? 

Primero, que es técnicamente imposible, con las tecnologías disponibles y con el escaso tiempo que nos dan los científicos, hacer una descarbonización del capitalismo como sugirió Petro en Davos. No hay plan B al carbón, petróleo y gas. Por lo menos no dentro de este mismo sistema en crecimiento infinito. No hay más incremento en la oferta de petróleo para alimentar la demanda en aumento en los próximos años ni alternativa viable de sustitución. El capitalismo descarbonizado, como propone Petro, es imposible.

Segundo, es muy peligroso para Colombia y para el mundo en general, comprar el discurso de las mafias de la industria energética. No sirven para parar el calentamiento global, no sirven para sustituir los combustibles fósiles, no sirven para abastecer la demanda de esta sociedad adicta a la energía. 

Tercero, no es cierto el argumento según el cual dentro de unos años ya no habrá demanda de carbón y petróleo porque los países habrán cambiado su matriz energética por una limpia, como lo sostiene Petro. Lamentablemente, si todos los países se suben en el tren de esta locura, es muy probable que incremente la demanda de carbón y de petróleo (cómo vimos toda la industria, incluida las energías “verdes” dependen de los combustibles fósiles). Y si no lo hacen también: el capitalismo globalizado no hace sino requerir más y más energía.

La discusión de la descarbonización de esta civilización no puede hacerse sin abordar el tema del crecimiento y el régimen industrial. Tanto los hidrocarburos como las renovables dependen siempre de más industria que al final es la responsable del cambio climático. Nuestro problema es un problema de carácter civilizatorio, por el tipo de vida basada en el consumo y la adicción energética. 

Las soluciones más que tecnológicas son sociales. Relocalización, desglobalización, desindustrialización, decrecimiento. Que casi todo lo que requiramos esté cerca, que la mayoría provenga de entornos locales y con producción más artesanal. Los trenes eléctricos son una alternativa sensata y algunas de estas tecnologías creadas de manera acopladas a cada territorio pueden ser complemento, pero lo principal es la diversificación de las economías territoriales y la artesanalización de los alimentos (agroecología), la ropa, la construcción, las manufacturas.

Si se quisiera cambiar la deuda externa por acción climática (como bien lo propone Petro) la transición debería estar dirigida a esto (y mucha educación ambiental), más que a financiar las locuras tecnológicas de las corporaciones deseosas que este dinero se amase en sus cuentas.

Yo creo que este es el debate que debe darse y, en mi opinión, es momento de debatir de manera mucho más crítica lo que se pretende hacer en Colombia, pero sobre todo, cambiar ese discurso basado en el optimismo tecnológico que nos dejará, al final del día, en el peor de los escenarios posibles.

* Omar Felipe Giraldo es profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Recibió el premio de Investigación 2021 en Ciencias Sociales por la Academia Mexicana de Ciencias. Sus áreas de trabajo son la ecología política, agroecología, sociología rural y filosofía ambiental. Es autor de los libros Multitudes agroecológicas (2022), Conflictos entre mundos (2022) (ed.), Afectividad ambiental. (2020), Ecología política de la agricultura ( 2019); y Utopías en la era de la supervivencia (2014).