Autores: Mario Alejandro Pérez Rincón, Isabella Puente Prado y Andrea Camila García
La energía y la materia son esenciales para todos los procesos naturales y sociales, siendo, junto a la acción humana, los principales agentes de cambio tanto en la naturaleza como en la historia de la humanidad. Sin flujos de energía, los procesos de la Tierra pararían, y la vida, incluida la humana y el sistema socio-económico, dejarían de existir. Igualmente, sin flujos crecientes de energía no podría haber crecimiento económico. La disponibilidad y calidad de la energía ha permitido generar marcos de juego distintos para los humanos y organizaciones sociales diferentes. Las transiciones energéticas y metabólicas en general no son un suceso único, sino que están compuestas por múltiples transiciones en distintos sectores y territorios, cada una de ellas con su propia velocidad y altamente traslapadas. Pensar en una «Transición Energética» implica, necesariamente, pensar en cambios estructurales de largo plazo en el sistema energético. Sin embargo, un nuevo régimen energético tarda décadas y hasta siglos en desplegarse y en desplazar al previo, sin lograrlo del todo: necesita desarrollar nuevas tecnologías, empresas, infraestructuras, vehículos, necesidades sociales, marcos legales, financiación, etc. (Fernández Durán & González Reyes, 2018, pp. 342).
A diferencia de las transiciones energéticas sucedidas en la historia de la humanidad, resultado de procesos sociales “tecno-evolutivos” y pro hegemónicos, la actual es imperativa e impuesta por restricciones ambientales tanto en su función abastecedora (agotamiento de la energía fósil) como asimiladora (cambio climático). Por esta razón, es una transición que debe ser planificada socialmente, de ahí una de sus dificultades. Pero además, una verdadera transición que conduzca a la sustentabilidad global debe ser anti-hegemónica. Por ello, requiere un amplio consenso social, político y económico. El crecimiento basado en la acumulación de capital, demanda crecientes flujos de energía y materiales, originando “transiciones engañosas”: “adiciones” de energía renovable a una progresiva oferta de energía fósil. Ello implica un creciente metabolismo social, que se traduce en expansión de impactos hacia diversos vectores ambientales sin reducir las presiones sobre el clima. Una transición que conduzca a la sustentabilidad planetaria requiere un decrecimiento del metabolismo social, el cual exige transiciones socio-metabólicas más amplias, ya no solo energéticas, sino también culturales y civilizatorias.
El contexto global de emergencia climática busca sustituir energías fósiles por renovables. En el caso de Colombia, la transición energética enfrenta desafíos adicionales debido a la dependencia de las exportaciones de energía fósil, a la dispersión espacial y baja densidad energética de las renovables, a la reproducción de desigualdades y a la creciente demanda de tierra y materiales. Así, este libro explora los retos y posibilidades de afrontar una transición justa, democrática y sostenible en el contexto energético colombiano. El documento se compone de tres partes: primero, un marco conceptual que define la importancia de la energía para el sostenimiento de la vida, la sociedad y la economía. Presenta además los enfoques teóricos que soportan el texto: la Economía Ecológica y la Ecología Política. La segunda parte proporciona un análisis histórico de las matrices energéticas y la generación de Gases Efecto Invernadero (GEI) para un periodo de cincuenta años (1970-2020), en tres escalas territoriales: Global, América Latina y el Caribe, y Colombia. Finalmente, la tercera parte, eje central del libro, aborda las proyecciones de las matrices energéticas y de sus impactos ambientales y socio-económicos en tres escenarios de transición seleccionados para Colombia: Sin Transición, Eco-Modernista o Corporativo y Buen Vivir y Decrecimiento para el periodo 2021-2050.
Los retos que muestra el análisis de estos tres escenarios señalan que, aunque sigue siendo importante la transición energética hacia energías bajas en carbono dentro del consumo interno en Colombia, la elevada contribución a la generación de GEI contenida en las exportaciones fósiles y recogida en la Huella de Carbono Oculta (HCO), abré un frente externo de preocupación a la estrategia del país para contribuir globalmente a una trayectoria climática menos intensiva en carbono. Además, dada la importante contribución a la generación de GEI que en el país tienen los factores asociados al AFOLU (deforestación y cambios en el uso del suelo hacia actividades agrícolas y ganaderas), superiores al promedio mundial y mayores a la contribución de la energía, Colombia debe acentuar sus acciones en este frente. Todo ello, complejiza la política y relativiza el peso de la transición energética interna. Esta además requiere, casi como condición previa, una transición macro económica que permita sustituir los recursos externos requeridos para los equilibrios de las cuentas públicas y la balanza comercial.
Las leyes de la termodinámica aplicadas socialmente nos enseñan también que, “no es posible producir un cambio en un sistema, sin producir una alteración en el medio circundante”. Precisamente, los escenarios de transición analizados nos muestran el traslado de los impactos ambientales entre vectores, en este caso del vector aire-atmosfera a los vectores tierra, agua y materiales. Con ello, también se producen efectos de transitividad en la conflictividad ambiental del país y en sus territorios. El crecimiento económico, la velocidad de la dupla producción-consumo, los requerimientos energéticos para todo el proceso y las leyes de la termodinámica, siempre implicarán un mayor uso de recursos y de energía, y una mayor generación de residuos. Ello, en un escenario como el colombiano que requiere más crecimiento económico y mejor distribución de la riqueza para reducir la pobreza, y donde una mayor disponibilidad de energía puede ayudar a mejorar los estándares de vida. En esta cuadratura del circulo, una transición metabólica implica un necesario cambio de paradigma social, cultural y civilizatorio, donde el escenario del Buen Vivir y Decrecimiento, se convierte en una alternativa social y ambientalmente pertinente.